domingo, 21 de noviembre de 2010

viernes, 19 de noviembre de 2010

Vinos de Mizque

Buenos vinos eran los de Mizque


El desarrollo de la industria vitivinícola, especialmente en el sur de nuestro país,
tiene antecedentes durante la época colonial, cuando los conquistadores y especialmente
varias órdenes religiosas, desarrollaron el cultivo de diversas cepas de vid, para usos
litúrgicos y religiosos.
Con su clima caluroso y seco, Mizque es uno de los parajes más propicios para el
cultivo de la uva. Con la llegada de los hacendados españoles a la zona, el valle se
pobló de extensas viñas, convirtiéndose rápidamente en la principal zona productora
de vinos de la Audiencia de Charcas. Mariano Baptista Gumucio, a propósito, anota:
“Mizque, haciendo la vista gorda de las prohibiciones monopólicas españolas, se
dedicó con la mayor fruición a ser viñatero. De los miles de parrales salían a los cuatro
puntos cardinales de la Audiencia de Charcas, los botijos de moscatel, torrontel,
majuelo y otras ricas variedades.” (1)
En sus épocas de mayor auge, los viñedos de Mizque llegaron a producir más de
cien mil botijas de vino en diferentes variedades. El vino fue, sin duda, uno de los
productos que ayudó a la expansión económica y comercial de la ciudad. Sin embargo,
a diferencia de otros valles en nuestro territorio, Mizque fue uno de los valles más
castigados por la Cédula Persecutoria de la Vid, que proscribía el cultivo de este
producto. “… bajo el reinado de Felipe I, sombrío e implacable, se vetó a las colonias
americanas el cultivo del algodón, el olivo y la vid, ordenanza que se cumplió con la
diligencia de un corregidor, cuya estúpida conducta de burócrata servil hizo que los
viñedos de Mizque fueran quemados hasta el último tallo.” (2)
En memoria de esa injusta medida, en el municipio de Mizque existe una pequeña
localidad denominada la Viña Perdida. La famosa Cédula Real de Felipe I fue abolida
a comienzos del siglo diecisiete, sin embargo, el valle nunca pudo recuperar la vocación
vitivinícola del primer siglo colonial.
En la actualidad, algunas de las familias más tradicionales de Mizque, como los
Soto y los Galván, producen singanis y otros licores derivados de uva para consumo
de la población local. En años recientes, varios agricultores del valle han formado una
cooperativa para la producción de vinos y quesos, dos productos de ilustre historia
en la región. Muchas de las casas familiares del pueblo tienen pequeños parrales en
sus patios y corredores para dar sombra en las calurosas tardes mizqueñas.
Citas
(1) y (2) Baptista Gumucio, Mariano. “Cochabamba, evocación y homenaje” en El
hombre y el paisaje de Bolivia. Biblioteca del Sesquicentenario, Editorial Los Amigos
del Libro. La Paz, Bolivia, 1975, página 252.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Una herencia de costumbres y tradiciones


Una herencia de costumbres y tradiciones

Durante la era republicana, Mizque continuó siendo un valle de importancia agrícola y vocación comercial, heredadas de su pasado señorial.
En la actualidad, su actividad económica principal sigue siendo la agricultura, orientada especialmente al cultivo de cereales, la explotación de la miel y la producción de quesos, muy reconocidos por su calidad y buen sabor.
Igualmente, posee una infraestructura básica de servicios para el turismo, pues la localidad siempre ha recibido un flujo de visitantes constante, especialmente desde otras áreas del departamento de Cochabamba. 
A pesar de algunas construcciones recientes en sus alrededores, el pueblo conserva su encanto colonial seductor y apacible. Celebraciones como la Semana Santa, los Carnavales y el catorce de septiembre -aniversario departamental-, se viven intensa y bulliciosamente. Son oportunidades para observar actividades tan tradicionales
como las corridas de toros o las peleas de gallos, acompañadas por ferias de comidas con deliciosas especialidades vallunas. En estas fechas, el pueblo se llena de visitantes, que disfrutan de paseos a los lugares arqueológicos y excursiones al río Mizque,tradicional punto de encuentro, especialmente durante los calurosos veranos.
Mizque, junto a Totora y Aiquile, sufrió los efectos del terrible terremoto de mil novecientos noventa y ocho. A consecuencia del sismo, la torre de la iglesia de San
Sebastián -templo principal del pueblo-, se derrumbó y quedaron afectadas muchas de sus hermosas casonas coloniales. Gracias al compromiso de los mizqueños, estas
edificaciones fueron reparadas y la torre de la iglesia totalmente reconstruida a semejanza de la original.

martes, 16 de noviembre de 2010

El apogeo colonial


 
Paso de los Libertadores ( Chris)
 
El apogeo colonial

Fundada en mil seiscientos tres bajo el nombre de Villa de Salinas del Río de Pisuergas,
Mizque nació “…como uno de los pueblos de avanzada de la frontera contra los
convirtió con el tiempo en Villa, a la que el fiscal de la Audiencia de Charcas, don
Francisco de Alfaro, bautizó definitivamente con el nombre de Mizque. En mil seiscientos
cinco se establecía el obispado de “San Lorenzo de la Barranca, llamado a veces
Mizque, por haber tenido su sede en esa ciudad. La jurisdicción de este obispado era
extensa, pues abarcaba los territorios de Moxos, Chiquitos, La Barranca, Mizque, los
yungas de Pocona y el valle de Cliza… Desde entonces los obispos de Santa Cruz
establecieron su sede en esa ciudad, casi por dos siglos.” (4)
Paralelamente, las fértiles tierras del valle fueron ocupadas rápidamente por hacendados
españoles para el cultivo de vid, maíz, trigo, diversas hortalizas, tubérculos, frutas y
la crianza de ganado vacuno, destinados a abastecer las crecientes necesidades de las
minas en Potosí, Porco, Chuquiago y Oruro. Rápidamente, la ciudad se llenó de
edificaciones y personas, llegando a tener más de quince mil habitantes. Muchas
familias adineradas de la época convirtieron el valle en su lugar de descanso y recreación,
construyendo lujosas casas y haciendas. Documentos históricos que describen estos
tiempos de bonanza y prosperidad, recuerdan que Mizque era conocida como la ciudad
de los “quinientos quintales” o “quinientos quitasoles”, una expresión que reflejaba
la concentración de la riqueza, por igual número de familias, y en directa alusión a las
sombrillas utilizadas por las damas más acomodadas para sus paseos diurnos. Hoy,
la plaza principal conserva un monumento que recuerda a estas ilustres señoras, que
además de los famosos quitasoles, llevan consigo vistosos racimos de uvas y
chirimoyas…
chiriguanos.”(3). Lo que al principio fue una simple fortaleza de carácter militar, se